La evaluación formativa y su impacto en la educación

La evaluación formativa debería ser una prioridad para los docentes si atendemos a un principio sobre el aprendizaje y a un hecho incómodo.

El principio sobre el aprendizaje procede de David Ausubel, un psicólogo educativo, quien hace más de cincuenta años dijo que si tuviera que reducir toda la psicología educativa a un solo principio, sería que el factor más importante que influye en el aprendizaje es lo que el estudiante ya sabe. Para enseñar eficazmente, el profesor necesita averiguar lo que sabe el estudiante y enseñarle en consecuencia.

Si este propósito resulta tan difícil, es por el hecho incómodo que mencionaba: nuestros estudiantes no aprenden lo que les enseñamos. Con esto no quiero decir que los estudiantes nunca aprendan lo que les enseñamos, sino que, en general, es difícil, y probablemente imposible, predecir con certeza qué retienen los estudiantes de aquello que se les enseña. Los estudiantes interpretan lo que decimos y hacemos en términos de lo que ya saben, por lo que dos estudiantes de una misma clase pueden, al final de la lección, haber comprendido de manera diferente aquello que se les enseñó. Y todo docente es consciente de que el mero hecho de que los estudiantes sepan algo al final de la lección no significa que puedan recordarlo tres semanas después. Es por eso que la evaluación es el puente entre la enseñanza y el aprendizaje. Solo mediante la evaluación podemos descubrir qué aprendieron nuestros estudiantes de lo que les enseñamos.

Hay muchas razones por las que la evaluación formativa no es común en las aulas de todo el mundo. La primera es que en la mayoría de los países hay demasiado que enseñar, por lo que los profesores sienten presión porque deben asegurarse de cubrir la materia de todo el curso, con el resultado de que no hay tiempo para volver atrás y reenseñar aquello que los estudiantes no entendieron. La evaluación formativa no tiene sentido si no vas a usar la información para mejorar la práctica docente.

Otra razón es que la evaluación formativa requiere algo más que solo explicar nuevas ideas a los docentes, aunque estas ideas, por supuesto, son importantes. La evaluación formativa es difícil porque también implica cambiar hábitos. Un buen ejemplo de esto es la idea del «tiempo de espera»: el intervalo entre que un profesor termina de formular una pregunta y da a los estudiantes la oportunidad de responder antes de añadir algo más a la pregunta, proporcionar una pista, pasar a otro estudiante o responder la pregunta ellos mismos. En muchas aulas, el tiempo de espera promedio es de alrededor de un segundo, pero recordar a los docentes la importancia de aumentar el tiempo de espera tiene tanto impacto como recordar a los fumadores los efectos nocivos del tabaquismo. Las cosas no cambian porque no se trata de un problema de conocimiento; es un problema de cambio de hábitos. Afortunadamente, sabemos bastante sobre los cambios de hábitos, de campos como la educación en salud, pero no solemos usar estas técnicas cuando se trata de la formación de los docentes.

En muchas aulas, la evaluación formativa implica dar a los estudiantes evaluaciones formales cada seis o diez semanas, lo que yo llamo «evaluación formativa de ciclo largo», y luego usar los datos de dichas evaluaciones para determinar qué se debe hacer a continuación. Esta práctica puede ser valiosa porque ayuda a establecer qué estudiantes están progresando y cuáles no. Sin embargo, el impacto en el rendimiento estudiantil es reducido. La información de las evaluaciones tarda un tiempo en procesarse, por lo que los resultados a menudo llegan tarde al docente, y no está claro qué debe hacer con esa información, especialmente si tiene que lidiar con un currículo sobrecargado.

En otras aulas se prioriza la «evaluación formativa de ciclo medio», que implica un ciclo más corto, a menudo de una o dos semanas. Los docentes se aseguran de que los estudiantes sepan lo que necesitan hacer para cumplir los objetivos, por ejemplo, orientándolos sobre cómo pueden estructurar su trabajo, o sobre aquello que el docente busca, en forma de lo que a veces se llaman «rúbricas de evaluación». De esta manera, la evaluación deja de ser algo que se aplica a los estudiantes y se convierte en algo que se hace con ellos.

Sin embargo, el mayor impacto en el aprendizaje tiene lugar cuando los docentes usan la evaluación formativa en una escala de tiempo mucho más corta, no tanto cada seis o diez semanas, sino más bien cada seis o diez minutos. Los docentes necesitan estar constantemente «verificando la comprensión» y buscando la implicación de todos los estudiantes, no solo de los que quieren compartir sus ideas.

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La evaluación formativa se puede definir de muchas maneras, pero creo que la opción más útil es pensar en los roles de los docentes, los estudiantes y sus compañeros a la hora de (1) establecer los objetivos de aprendizaje, (2) determinar dónde están los estudiantes con respecto a esos objetivos de aprendizaje y (3) averiguar cómo pueden progresar.

En general, creo que la mayoría del tiempo el docente debe determinar lo que los estudiantes deben estar aprendiendo, averiguar dónde están los estudiantes en su aprendizaje y proporcionar retroalimentación que los ayude a progresar. El docente puede involucrar a los estudiantes en este proceso dándoles «criterios de éxito» para que puedan monitorear su propio progreso. Sin embargo, es importante observar que la autoevaluación es a la vez cognitivamente exigente y emocionalmente desafiante, por lo que puede ser útil promover la ayuda mutua entre compañeros. Cuando pedimos a los estudiantes que evalúen el trabajo de otros, tienen que pensar en la tarea en sí y en lo que se requiere para un buen desempeño. Una vez han hecho este proceso para evaluar el trabajo de otras personas, son más capaces de aplicar esas mismas ideas a su propio trabajo. La evaluación entre compañeros puede, por lo tanto, ser un paso hacia la autoevaluación.

En algunas aulas, los docentes discuten cómo se hace un buen trabajo con los estudiantes, lo que a veces se llama «co-construcción», y esta es una estrategia pedagógica útil para ayudar a los estudiantes a entender de dónde vienen los criterios de éxito. Sin embargo, es importante observar que esto no es una negociación. Los estudiantes son inexpertos y no saben cómo es un buen trabajo, y el docente, que sí es experto, tiene el deber de asegurarse de que las guías de puntuación o rúbricas sean fieles a las materias que se están estudiando.

La gran idea de la evaluación formativa, al menos en la manera como yo la concibo, es que todos en el aula son responsables del aprendizaje de todos. El docente tiene un papel preeminente, en calidad de experto, pero también puede aprovechar la capacidad de algunos estudiantes para reforzar el aprendizaje de sus compañeros.

En última instancia, creo que el objetivo de cada docente es ayudar a los estudiantes a gestionar su propio aprendizaje, a convertirse en lo que los psicólogos llaman «aprendices autorregulados». Por eso siempre he pensado en la evaluación formativa como algo que involucra al docente, al estudiante y a sus compañeros. Esto puede resultar más fácil para aquellos que enseñan a tocar un instrumento musical, porque es obvio que la mayor parte del progreso con un instrumento musical no proviene de los 30 o 60 minutos que el profesor pasa con el alumno cada semana, sino de la práctica que se hace en casa. Para enseñar música instrumental de manera eficaz, es preciso preparar a los estudiantes para que puedan mejorar por su cuenta. Sin embargo, los profesores de materias académicas a menudo creen que la mayor parte del progreso en la materia se produce cuando los estudiantes están con ellos, con la tarea añadida como un extra opcional, y creo que si definimos la evaluación formativa para incluir la evaluación del docente, la evaluación entre pares y la autoevaluación, entonces podemos maximizar el poder de la evaluación formativa para mejorar el aprendizaje.

¡Tiempo! No hay duda de que usar la evaluación formativa ralentiza la enseñanza, porque el docente descubre una y otra vez que la materia que pensaba que ya se había aprendido en realidad los estudiantes no la entendieron bien. Lo que esto significa es que los docentes necesitan prever y añadir un margen de tiempo adicional, ya sea en cada trimestre, en cada tema o incluso en cada lección.

Por ejemplo, en un bloque de enseñanza de seis semanas, el docente podría empezar por identificar no más del 80% de la materia como esencial, y el otro 20%, como deseable. En las primeras cinco semanas del bloque, enseñaría la materia esencial, y los estudiantes harían una prueba de evaluación al final de la quinta semana. Luego, el docente calificaría el desempeño de los estudiantes en la prueba, pero también observaría cómo lo ha hecho la clase en general. Si la clase lo ha hecho bien, entonces la sexta semana se enfoca en el material deseable, pero si lo ha hecho mal, entonces la sexta semana se dedica a abordar las deficiencias identificadas en la prueba sobre la materia esencial. De esta manera, la misma prueba funciona sumativamente, produciendo una calificación para cada estudiante, y formativamente, indicando al docente si la sexta semana debería centrarse en la extensión o la revisión.

Muchas personas se sorprenden al saber que la evaluación formativa es un componente clave de la instrucción directa, tal como la define Siegfried Engelmann, porque además de lecciones cuidadosamente diseñadas, la instrucción directa enfatiza la necesidad de realizar comprobaciones frecuentes de la comprensión. Por supuesto, los docentes siempre han comprobado la comprensión, pero a menudo se hace de una manera que no les proporciona mucha información útil. Por ejemplo, cuando se pregunta a la clase si hay alguna pregunta, o cuando se pregunta: «¿Lo habéis entendido?», y los estudiantes no dicen nada, el docente asume que todo está bien. Aun cuando el docente obtiene respuestas, a menudo solo provienen de estudiantes que levantan la mano para mostrar que están listos para responder. Escuchar solo a los estudiantes que se muestran seguros y elocuentes no es una buena base para tomar decisiones para todo el grupo, y por eso la instrucción directa enfatiza la importancia de obtener información de los estudiantes que no han levantado la mano, e, idealmente, obtener respuestas de todos los miembros de la clase.

Esto se puede hacer con minipizarras —suelo bromear con que es el desarrollo más importante en tecnología educativa desde la pizarra—, pero también se puede hacer de manera mucho más simple. Por ejemplo, el docente puede escribir una oración en la pizarra y preguntar a los estudiantes si es gramaticalmente correcta, y cada estudiante responde con un pulgar hacia arriba o hacia abajo. Como otra alternativa, el docente puede mostrar a la clase una pregunta de opción múltiple con cinco opciones, y cada estudiante responde levantando un dedo para A, dos para B, y así sucesivamente. La idea importante aquí es que la calidad de las decisiones que toma un docente está determinada por la calidad de la evidencia que tiene sobre lo que están pensando sus alumnos. Si el docente solo escucha a una minoría de los estudiantes, entonces es imposible tomar decisiones que reflejen las necesidades de aprendizaje de todo el grupo.

A menudo me preguntan cómo puedo estar seguro de que la evaluación formativa no es solo una moda pasajera que usaremos por un tiempo y luego olvidaremos cuando pasemos a otra cosa.

Mi respuesta es simple. Mientras pidamos a los docentes que reflexionen sobre la relación entre lo que ofrecen en su práctica de enseñanza y lo que sus estudiantes obtienen de ella, no hay un enfoque más potente para el aprendizaje de los docentes. Como dijo un profesor de ciencias de Londres, «se trata de conseguir que las voces de los estudiantes sean más fuertes y que la audición del docente sea mejor».


ESCRITO POR
Héctor Ruiz Martín
@hruizmartin
Investigador y divulgador especializado en la neurociencia y la psicología cognitiva de la memoria y el aprendizaje, con un especial interés en su aplicación a los contextos educativos. Es autor de los libros ¿Cómo aprendemos?, Conoce tu cerebro para aprender a aprender, Aprendiendo a aprender, «Edumitos». Ideas sobre el aprendizaje sin respaldo científico y Los secretos de la memoria.

Gemma Grau
linkedin.com/in/gemmagrauanso
Directora de contenidos y ediciones en Editorial Graó, facilitadora de transformación educativa



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Hector Olivares V.

Excelente articulo.Vere si puedo comprar el libro.Soy profesor de Biologia y quimica en enseñanza media durante el dia y de adultos en jornada vespertina.En Chile es muy dificil lograr aprendizajes significativos.

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Marcela Gallardo

Existe un libro con este mismo nombre pero del 2020 por Corporación De La Educación Aptus Chile · Es el mismo que se publica en 2024?
Gracias

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ISTF

Hola Marcela,

Gracias por tu mensaje y por tu interés. La única diferencia entre las dos ediciones es que la versión coeditada por la ISTF y Editorial Graó este 2024 incluye el prólogo de Héctor Ruiz Martín. En cuanto a la obra de Dylan Wiliam es exactamente la misma. ¡Recibe un cordial saludo!

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Rosario Ivonne Rivera Arias

Los maestros podemos verificar la comprensión de los alumnos mejorando nuestras técnicas de enseñanza ya que somos los arquitectos, diseñadores e investigadores, para poder ofrecer las mejores herramientas necesarias y ayudar en el aprendizaje de los alumnos, de esta forma ellos podrán construir sus propias hipótesis y de esta forma se vuelven creadores y evaluadores de su propia práctica.
La evaluación formativa involucra al docente, estudiante y compañero porque el docente puede identificar las deficiencias y poder mejorarlas para el bien de los alumnos

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