¿Por qué olvidamos?
¿No sería fantástico que nuestra memoria fuera como una cámara de vídeo que nos permitiera decidir qué recordamos y qué dejamos atrás? ¿Y si lo pudiéramos recordar todo? Para bien o para mal, la memoria no funciona así. Pero el olvido no es un defecto de la memoria. Gracias al olvido podemos razonar e imaginar.
21 de mayo de 2024

La curva del olvido
A finales del siglo XIX, Hermann Ebbinghaus fue el primero en estudiar científicamente el funcionamiento de la memoria e hizo algunos hallazgos sorprendentes. El primero, que tan pronto como hemos aprendido una cosa, ya hemos empezado a olvidarla. Con sus experimentos obtuvo un gráfico conocido como «la curva del olvido», el cual reflejaba que las primeras horas después de una experiencia son cuando más olvidamos. Aquello que seguimos recordando unos días después es más probable que ya no lo olvidemos.
Ebbinghaus también observó que dormir contribuía a consolidar lo aprendido y, en especial, que era mucho más efectivo repasar los aprendizajes dejando pasar un tiempo entre los repasos que haciéndolos seguidos. Concentrar el aprendizaje lo hace más efímero.

La curva del olvido de Ebbinghaus.
Explicar el olvido
Aunque de entrada nos pueda parecer que el olvido se produce porque algo que estaba en nuestra memoria ya no está ahí, en realidad hay otra causa muy habitual: a pesar de que continúa en nuestra memoria, no lo encontramos. ¿Cuántas veces nos ha pasado aquello de «tener una cosa en la punta de la lengua»?
Desde el punto de vista de la neurociencia, buena parte del olvido parece ser consecuencia de que los cambios que se han producido en el cerebro para recordar una información (por ejemplo, las conexiones que se han establecido entre determinadas neuronas) se deshacen con el tiempo. Aun así, desde el punto de vista de la psicología, la cual estudia el olvido a partir de comprobar si las personas son capaces de recordar o no una información, no es posible afirmar si aquello que hemos olvidado ya no está o simplemente no lo encontramos. Esto lo podemos apreciar porque el olvido no siempre es un hecho consumado: a veces no recordamos una cosa, pero una pista nos la hace recordar como si nada. Otras veces no podemos recordar algo (por ejemplo, el nombre de un actor), pero si nos lo dicen, lo podemos reconocer.

Los atletas de la memoria son personas que se han entrenado para realizar grandes hitos memorísticos, como recordar listados de miles de números o palabras; no obstante, solo lo pueden hacer con el tipo de materiales con los que se han preparado. Su memoria no es extraordinaria para recordar cualquier cosa.
¿Es deseable recordarlo todo?
Desde que se inauguró el estudio científico de la memoria, la ciencia ha descrito algunas personas con una capacidad inaudita para no olvidar. El psicólogo ruso Alexander Luria conoció a un hombre, Solomon Shereshevsky, que podía retener listas de centenares de objetos con solo escucharlas una vez, y recuperarlas años después prácticamente sin ningún error.
Kim Peek memorizaba sin proponérselo toda la información que le llegaba y a lo largo de su vida grabó en su memoria el contenido de decenas de miles de libros al pie de la letra. Por su parte, Jill Price puede recordar cualquier día de su vida como si hubiera sucedido ayer. Aun así, estos individuos excepcionales que casi no olvidan acostumbran a compartir un problema: les cuesta mucho hacer abstracciones y usar aquello que han aprendido en nuevos contextos.
En efecto, el olvido no es un defecto de nuestra memoria sino la manera que tenemos de librarnos de los detalles superfluos de nuestras experiencias y quedarnos con su significado: aquello que nos permitirá relacionar las vivencias y aplicar lo aprendido en nuevas situaciones, para resolverlas de manera más oportuna. Es decir, olvidar nos permite razonar e imaginar; porque razonar e imaginar implican combinar informaciones que provienen de experiencias diferentes. Y para ver la relación entre ellas hay que podar los detalles concretos y quedarse con el trasfondo común. Si nos fijamos, casi todo lo que sabemos, no sabemos ni cuándo ni dónde lo aprendimos. Los recuerdos concretos se convierten en conocimientos perdiendo los detalles que los asociaban a una vivencia en particular.

Kim Peek interrumpió una obra de teatro porque un actor cambió un poco una línea del texto. «Pensaba que nadie lo notaría», dijo el actor. «¡Shakespeare lo habría notado!», respondió Kim irritado.
Cómo luchar contra el olvido
Sería maravilloso que fuera posible, pero la memoria no se puede entrenar de manera general, como si fuera un músculo que puede crecer para recordar mejor cualquier cosa. La memoria solo se hace más fuerte en aquellos temas concretos en los que adquirimos muchos conocimientos. Esto es lo que hacen los atletas de la memoria para conseguir recordar muchos ítems concretos (números, por ejemplo). Este entrenamiento, sin embargo, es específico para aquello que estudian y no les proporciona una memoria extraordinaria para recordar otras cosas.

Determinadas acciones hacen que recordemos mejor aquello que deseamos recordar
A pesar de que no podemos mejorar nuestra memoria en general, sí la podemos usar de manera más eficaz. Por ejemplo:
- Pensar en el significado de lo que aprendemos, en vez de tratar de aprenderlo al pie de la letra. Nuestra memoria es mucho más efectiva recordando el significado (el trasfondo o la idea general) de nuestras experiencias, y no tanto los detalles concretos.
- Buscar relaciones entre aquello que queremos recordar y cosas que ya sabemos. Analizar lo que queremos recordar buscando los conocimientos que ya tenemos para poder vincularlos ayuda mucho a recordarlos en el futuro.
- Visualizar con imágenes mentales o convertir en una historieta lo que pretendemos recordar. Siempre que sea posible, representar la información de manera visual en nuestra mente o inventar historietas que la contengan nos ayudará a recordarla.
- Repasar en varias ocasiones pero separadas en el tiempo. Espaciar en el tiempo los repasos es esencial para que nuestros recuerdos sean duraderos. El espaciado resulta todavía más efectivo si entre los repasos tenemos la oportunidad de dormir.
- Dedicar los repasos a ponernos a prueba, en vez de volver a revisar la información que queremos recordar. Cuando hacemos el esfuerzo de sacar de nuestra memoria (evocar) aquello que no queremos olvidar, lo consolidamos con más fuerza o como mínimo hacemos que sea más probable poder evocarlo de nuevo en el futuro. Cuando nos evaluamos, hacemos más sólido el aprendizaje.
ESCRITO POR Héctor Ruiz Martín
Créditos de imágenes e ilustraciones
- Atleta – PNGtree.com
- Kim Peek – Dmaedo, commons.wikimedia.org
- Estudiante recordando – Julia M Cameron, Pexels.com
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